domingo, 30 de noviembre de 2008

Tiempo de Adviento







TIEMPO DE ADVIENTO


EL SEÑOR ESTA CERCA, SE NECESITA UN LUGARCITO

Eso significa "adviento": el que está viniendo. Y como pasa en nuestra vida de familia, cuando alguien querido nos visita, sobre todo si viene de lejos a vernos, uno se llena de alegría, se ilusiona, y se prepara tanto el corazón como la casa.
Como en aquellos días en los que José y María, embarazada y a punto de dar a luz, se pusieron en camino, rumbo a Belén para aquel censo y después, al llegar al pueblito, andaban golpeando las puertas, buscando una posada para que nazca el Niño, así también en este tiempo, el Señor anda viniendo, buscando sitio para nacer, para manifestarse, y así como entonces lo buscaba en la posada y las casas de Belén, lo anda buscando hoy en mi propio corazón. Hacerle sitio en mi alma, en mi vida, en este momento de mi historia, sea el mejor o el peor, con mis gracias y mis pecados, con mis aciertos y mis errores. Adviento es el tiempo que tenemos para preparar ese sitio en el corazón que el Niñito Jesús necesita para nacer en esta Navidad.
Dios no pretende ni exige de mi corazón el "pesebre ideal". Lo que pretende es encontrar la puerta abierta, lo que quiere es un "lugarcito", es la buena intención, es el anhelo de que su presencia nos cure, es el deseo renovado de ser buenos. Nosotros haremos un poquito en esto de disponerle el sitio, el resto lo va a hacer Él. Si justamente para eso viene, para eso se encarna, por eso anda buscando mi corazón, porque sabe que no podemos con todo, porque sabe que somos débiles y perezosos. No viene a "jugar a las visitas" con la humanidad, viene a salvarla.
No pide una casa donde todo esté perfectamente en orden y prolijo. Pide un rinconcito para nacer y así ayudarnos con nuestros desordenes: viene a devolvernos, con su mirada, ese brillo en los ojos que el tiempo opacó, o que nos hemos dejado robar. Viene, con sus manitas, a poner calor en las zonas del alma que se nos han entumecido de frío y que necesitan ser abrazadas. Viene a arrancar las muecas de tristeza o dureza que tramposamente hemos dejado instalarse en nuestro rostro. Viene a abrir espacios empecinadamente cerrados por nosotros a tantos hermanos nuestros a los que les seguimos diciendo: "Sigan adelante, no hay sitio en esta posada", para quedarnos encastillados y estancados en la ciudadela de nuestras mezquinas seguridades.
"Estoy a la puerta y llamo -dice el Apocalipsis-, si me abres entraré en tu casa..." (Ap. 3,20). ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a dejarlo pasar? ¿Vamos a disculparnos una vez más -¡y se nos va yendo la vida!- por este año, con la falsa promesa de que la próxima vez será distinto? ¿O vamos a abrirle las puertas y dejarlo entrar, aunque cueste, aunque la casa no esté como hubiéramos deseado y Él merece, para permitir que su presencia en nosotros renueve todas las cosas, "dé vuelta la casa" y haga de esta Navidad para mí, para mi familia, una Navidad distinta? ¡El Señor está cerca! ¡Y anda buscando un sitio!... por eso nuestra súplica: ¡VEN, SEÑOR JESUS!

P. Angel Rossi S.J.

martes, 18 de noviembre de 2008

Jesús oró con los Salmos ¡ oremos con Él!







Salmo 16
5 El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!
6 Me ha tocado un lugar de delicias,
estoy contento con mi herencia.
7 Bendeciré al Señor que me aconseja,¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
8 Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
9 Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro:
10 porque no me entregarás a la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro
11 Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha

domingo, 16 de noviembre de 2008


Cuando la luz del sol es ya poniente,

gracias, Señor, es nuestra melodía;

recibe, como ofrenda, amablemente,nuestro dolor, trabajo y alegría.


Si poco fue el amor en nuestro empeño

de darle vida al día que fenece,

convierta en realidad lo que fue un sueño

tu gran amor que todo lo engrandece.


Tu cruz, Señor, redime nuestra suerte

de pecadora en justa, e ilumina

la senda de la vida y de la muerte

del hombre que en la fe lucha y camina. Amén




Estate, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte,
y cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo, de sí Tú sin mí te vas.

Por eso, más que a la muerte
temo, Señor, tu partida, y quiero perder la vida
mil veces más que perderte
pues la inmortal que Tú das,
sé que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin tí me quedo
cuando Tú sin mi te vas.
Amén

San Francisco Javier